Los malditos
La
vida, esas circunstancias que nos envuelven, generalmente nos moldea,
nos va formando para llegar a ser de un modo determinado. Por norma
general, esta forma nos es dada por los destinos, ellos determinan
cómo deberíamos ser por un motivo u otro.
Algunas
personas ganan una forma bastante agradable, son el punto neutro
entre la forma rota y maldita, y aquella que está determinada a la
felicidad y fortuna. Son esas personas luchadoras, a las que, a pesar
de pasar penurias, todo les sale siempre bien. Son conocidos como los
clásicos héroes que siempre cuentan con un final feliz.
Otras
son bendecidas con una forma alegre, la conocida como "la
felicidad absoluta". No existen penas en sus vidas, siempre son
felices, sin importar qué ocurre a su alrededor. Las personas que
les rodean son siempre acordes con ellas, son siempre demasiado
alegres e inconscientes. Ellos no conocen el dolor, no conocen la
necesidad, porque siempre obtienen, sin esfuerzo alguno, todo lo que
desean.
Y
luego, al final, están los malditos. Aquellos que son siempre
malinterpretados, sin importar que intenten hacer el bien o el mal,
siempre serán considerados el "fruto del mal". Son esas
personas necias que no se rinden jamás, luchan por lo que creen que
deben luchar, pero siempre acaban perdiendo, sin importan cuánto
hayan hecho. El camino de estas personas está marcado por pérdidas,
lágrimas, sangre y sudor. Está marcado por el dolor, por el vacío
y por las desgracias inminentes.
Yo
siempre me centro en este último tipo de personas, porque puedo
incluirme entre ellas. Muchas personas me conocen como la "reina
del hielo" o el "témpano de hielo", aunque no pueden
estar más equivocados. Los que realmente se han parado a conocerme,
los que realmente me han mirado a mi y no la coraza que me envuelve,
saben que el hielo está muy lejos de mi personalidad. Sin embargo,
como he dicho, los malditos siempre somos malinterpretados. Siempre
sacrificamos más de nosotros mismos de lo que deberíamos.
Hemos
sido hechos así, las personas que nos dañaron, la vida que nos
dañó, los destinos que nos condenaron, fueron los que nos hicieron
así. No nos digáis, "eres frío", "todo te da igual"
o en el peor de los casos "me gustaría ser como tú"
porque esas palabras son como dagas clavadas en los lugares más
dolorosos de nuestra alma.
Puedo
afirmar, sin miedo a equivocarme, que los malditos jamás le
desearíamos esta forma a nadie, ni siquiera a las personas que más
nos han dañado. Porque vivir entre personas que constantemente nos
malinterpretan, es un modo constante de recordarnos que la paz y la
felicidad siempre escaparan de nuestras manos.
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